Paco, Paco, Paco, que mi Paco, Paco, Paco, Paco (coro de Encarnita Polo)
Este viernes se ha estrenado Entre dos aguas, la extraordinaria película de Isaki Lacuesta aquí comentada en el texto anterior. Y también, entre muchas otras, Miriam miente, de Natalia Cabral y Oriol Estrada, una coproducción entre la República Dominicana y España, retrato intimista fino y dulce de una adolescente, su mejor amiga, su familia, etc. El caso es que las dos películas llevan la firma de Paco Poch como productor. No es frecuente que un productor estrene dos películas el mismo día. No es frecuente que un productor con cuatro décadas de vuelo permanente siga al pie del cañón con tanta dedicación, constancia y entusiasmo, y menos en tiempos tan difíciles para el sector como los presentes. No es frecuente un Paco Poch, alguien que haga lo que él hace manifestando en todo momento un carácter alegre y optimista, una pertinacia inoxidable.
Muy joven, Paco Poch figuraba ya, como productor delegado, en los créditos de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), de Pedro Almodóvar, película producida por otro catalán de talla gigante, el prematuramente malogrado Pepón Coromina. Como a éste, a Paco Poch le ha caracterizado siempre su buen olfato, de auténtico caçador de tòfones. El bloguero recuerda la ilusión vehemente, la pasión incendiaria con que te anunciaba sus proyectos de Gaudí (Manuel Huerga, 1989) o Innisfree (José Luis Guerin, 1990) y pensaba, tonto como era y sigue siendo el bloguero, si sería para tanto. Lo era: aquellos proyectos no serían ni un biopic al uso ni un simple lametazo nostálgico a El hombre tranquilo (1952). El riesgo es una de sus constantes, pero él todo lo desafía y acostumbra a dar en la diana. Otro recuerdo: “Voy a hacer una película sobre un boxeador poeta”. ¿Y eso interesará a alguien? Pues ahí está el bautismo de Lacuesta, Cravan vs. Cravan (2002), espléndido. Detectó el talento de Lluís Galter (Caracremada, 2010; La substància, 2016) y ha respaldado obras de Jordi Cadena, Albert Abril, Enric Folch, los hermanos Larrieu…
Más atrevido, si cabe, es todavía el Paco Poch distribuidor. Le debemos placeres mayúsculos, como sus acertadísimas apuestas por Mia Hansen Love (Le père de mes enfants, 2009; Un amour de jeunesse, 2011), Béla Tarr (la impresionante The Turin Horse, 2011), Bruno Dumont (Camille Claudel 1915, 2013) o Pedro Costa (Ne change rien, 2007). Y un puñado de obras de tanto relieve, y tan asumidamente minoritarias, como Le fils de Joseph (Eugène Green, 2016), Corn Island (George Ovashvili, 2014), Syria Self Portrait (Wiam Bedirxan y Ossama Mohammed, 2014) o Boy Eating the Bird’s Food (Ektoras Lygizos, 2013).
Tanto en su faceta de productor como en la de distribuidor, el cine que Paco Poch promueve es, invariablemente, un cine comprometido. Comprometido con la vida (vale). Comprometido con la sociedad (vale). Comprometido con la realidad (vale). Pero, sobre todo, un cine comprometido con el cine. El bloguero no vacilaría una décima de segundo en concederle a Paco, ¡ya!, un Gaudí honorífico. Y/o un Goya honorífico.
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